25 feb 2012

El universo desde la filosofía - Leidy Perez

El universo
Frecuentemente hablamos de las estrellas, de los planetas, de los animales, del cielo, de la tierra, del agua, de la nieve y olvidamos el sentido real y el significado de la palabra Universo. El hombre se pregunta sobre el conjunto de la naturaleza, donde él mismo está imbricado, pero suele perder la idea central a que se refiere.
El Universo significa aquello que va hacia una sola parte y lo que nosotros debemos descubrir es hacia dónde. Este enfoque fue tal vez el primero que tuvo la humanidad. Todas las antiguas civilizaciones se preguntaron, a través de sus religiones, su metafísica, sus filosofías, hacia dónde marcha el Universo y el por qué del mismo; pero las nuevas alienaciones de tipo materialista, sobre todo en la época post-cartesiana, nos hacen diferentes planteamientos y empieza entonces el hombre a analizar las características del Universo, el tamaño, la forma y el peso.
El hombre dice conocer el Universo, porque le ha dado nombre a los astros, porque ha medido la distancia de la Tierra a la Luna, porque conoce la relación de los elementos químicos, las características de las fuerzas físicas, y sin embargo, en esa forma de puntualización del conocimiento, si bien se ha logrado profundizar en cada una de las áreas, éstas se han ido separando las unas de las otras.
Tenemos asimismo el agua; nosotros la vertemos en cualquier parte, el agua va corriendo en busca del mar, en el mar se evapora, sube de nuevo, se condensa y vuelve a formar un gran ciclo. Todo el Universo tiene una finalidad.
Obviamente, en el nuevo carácter de los últimos siglos, alienados por las cosas materiales, con una psicología de producción y de consumo, el hombre ha olvidado los elementos naturales y la interpretación de los mismos. Los antiguos no se preguntaban con tanta eficacia, tal vez, la distancia de la Tierra a la Luna, pero trataban de entender qué significaba la Luna en el Universo. A través de viejas ciencias como la Astrología y otras, trataban de interpretar el fenómeno natural y ver de qué manera se imbricada con este fenómeno que se llama hombre. Y eso le daba al hombre de la antigüedad la sensación de estar acompañado de seres inteligentes, y de ser él mismo.
Nuestro problema actual es que nosotros nos sentimos como aislados en medio del Universo, o sea, de tanto estar en contacto con elementos artificiales, hemos perdido la capacidad de buscar una finalidad a las cosas, y lo dramático es que hemos perdido la posibilidad de encontrar una finalidad en nuestra propia vida. Al vivir tan sólo de instante en instante, hemos perdido un sentido teleológico de la vida, de nuestras raíces ancestrales y de la finalidad que la vida tenga. Y así nos hacemos momentáneos, sujetos al tiempo, seguros de que hemos sido creados como por casualidad y que vamos a desaparecer en cualquier momento, y ese pensamiento subconsciente nos sobrecoge y nos daña. En lugar de tratar de interpretar la naturaleza, tratamos de crear una serie de elementos intermediarios que son absolutamente artificiales.
Es obvio que el Universo entero está coordinado de tal manera que tiene una unicidad, una suerte de sentido piramidal de la existencia, en donde las cosas, aunque sean múltiples, van todas buscando un sólo fin; van todas al encuentro de una misma cosa y están todas regidas por una misma Inteligencia.
Todo esto no podemos pensar que es casualidad. Al hombre le costó siglos poder entenderlo. Podríamos extraer numerosos ejemplos que nos muestran cómo la Naturaleza está pensada. No puede ser que a todas estas sumas les llamemos casualidad, sino que tenemos que reconocer que la Inteligencia universal ha planificado todas las cosas. Y si aceptamos esta planificación universal, tendríamos que preguntarnos ¿para qué? Es inconcebible decir que todo está planificado porque sí, no porque está pensado; y si está pensado, es bueno tratar de descubrir cuál es la respuesta del Universo, para qué está pensado, hacia dónde marchamos todos, de dónde venimos y hacia dónde vamos.

 Leidy Perez

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